Plato limosnero de metal anónimo, presenta forma circular, con escasa profundidad y asiento plano con emblema perfilado en relieve en el medallón central, ceñido por grueso baquetón. En él quedó representado el racimo de uvas que los israelitas cortaron en la Tierra Prometida. Debido a su colosal tamaño, el racimo es transportado por dos personajes (Josué y Caleb) que se ayudan de un palo para cargarlo sobre sus hombros. Parecen vestir unos trajes con cinturones ceñidos a la cintura y algún tipo de sombrero. Muestra también pestaña ancha con cenefa de ramitos realizados a troquel, orla de tallos serpenteante con ápices, flores cuadripétalas y piñas.
Exhibe friso epigráfico que recoge una máxima o plegaria en letras góticas, repetida cuatro veces, con la inscripción rodada: “DER I: IN FRIED GEWART”, que significa “Aquel a quien concede la paz”. Otras plegarías comunes eran: “María ayúdanos en el peligro”, “Dios con nosotros” o “Dios da la paz”.
El hecho de que no fuesen realizados en metales nobles como el oro y la plata hizo innecesario marcarlos, aunque en determinados territorios españoles implantaron la normativa de estampar una marca para evitar los fraudes que se cometían con las aleaciones. En este caso no se ha encontrado ninguna marca visible que haga reconocible su origen.
La función principal de estos platos o bacías fue la de recoger las limosnas de los fieles tras las celebraciones religiosas, aunque también pudieron utilizarse para uso bautismal, recoger los restos de aceite de las lámparas o la cera de las velas, y administrar la extremaunción. Esta serie de objetos litúrgicos, labrados en latón y azófar, gozaron de gran fortuna entre la clientela eclesiástica y civil por su gran atractivo y asequible precio. Se utilizaba el latón por la apariencia lujosa que le confería su brillo y color dorado. Al no estar realizado en un metal precioso, no fueron objetos de rapiña como otras piezas de los ajuares litúrgicos de las iglesias, ni perecieron fundidos por cambio de gusto o necesidades económicas. Eso explica que actualmente se conserve un gran número de ellos en diferentes ermitas, iglesias y parroquias. A partir del siglo XIX fue también común su uso decorativo, engalanando paredes de las casas o palacios de la época.
Este tipo de objeto suele responder a tres modelos decorativos: de tema floral, de tema heráldico o, como el que nos ocupa, de tema bíblico. Los temas son recurrentes, incorporando un repertorio iconográfico sencillo y universal que facilitara su venta en las ferias y que sirviera para cualquier iglesia, fuera cual fuera su advocación. Predominan los de Adán y Eva, la Anunciación, Virgen con el Niño, santos en general, o el Regreso de la Tierra Prometida. Otros ejemplares de la misma temática que éste se conservan en la Iglesia de San Pedro de Ariznoa (Vergara) o el Convento de San Francisco (Tolosa).
Durante los primeros momentos de la colonización castellana se utilizaron para el culto divino objetos realizados en diversos metales y aleaciones. Cálices, vinajeras, custodias o platos limosneros se producían en estaño, azófar, cobre, bronce o plomo, entre otros. Según confirman los testimonios documentales, este tipo de piezas se importaban de Inglaterra y, especialmente, de los Países Bajos.
Desde el siglo XIII se extendía una importante industria del metal por el valle del Mosa, que partir del siglo XIV creció de forma excepcional. La serie más antigua corresponde a la conocida como “dinanderie”, por su lugar de origen: la ciudad belga de Dinant. Tras la decadencia de estas “dinanderies” en el siglo XV, se produjo la emigración de sus artífices, surgiendo otros centros de producción en distintas ciudades de Flandes y Alemania, especialmente en Nuremberg. Según el profesor Cruz Valdovinos, los que llevan inscripciones en alemán pudieron llegar a través de las ferias más relevantes de la época, aunque buena parte de los platos limosneros que se hallan en España fueron realizados en la Península, siguiendo los modelos nórdicos. Esto podría explicar algunas desvirtuaciones en los modelos o la pérdida de significado de las inscripciones petitorias o de súplica que los suelen decorar.
Las importantes relaciones comerciales mantenidas con Flandes, basadas en el comercio azucarero, pueden explicar la presencia de estos objetos en territorio isleño, ya que la importación de objetos de fundición con aquellos territorios fue una constante durante los siglos XVI y XVII.
En la isla de Gran Canaria se conservan algunos platos limosneros. El que nos ocupa en la parroquia de San Sebastián de Agüimes; otro, en la parroquia de San Juan Bautista de Telde (APB-GC-F-006) y, hasta hace poco tiempo, un tercer ejemplar en Las Palmas de Gran Canaria, con la representación de Adán y Eva.
Iglesia de San Sebastián
Camarín de la Virgen
Sebastián Parer, 5
Villa de Agüimes
Plaza de la Real Sociedad Económica de Amigos
del País de Gran Canaria, 1
35001, Las Palmas de Gran Canaria
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