El cuadro es posiblemente la tabla central de un tríptico, ya que en el marco se vislumbran los retos de las bisagras que la unirían con otras laterales de menor dimensión. Además, dado su uso procesional, la trasera se cubrió con una pintura que recoge símbolos y alegorías marianas, acaso un añadido local del siglo XVIII. En la obra se representa el tema iconográfico de la Huida a Egipto, desglosado en al menos tres episodios: la salida desde Belén, una interpretación libre del milagro de la palmera que refiere el evangelio apócrifo del Pseudo Mateo y, sobre todo, la escena principal del descanso en relación con la Virgen y el Niño, aunque en ella no tuvo cabida la figura de san José. Se trata, pues, de una réplica de la pintura del mismo tema que existía en el Cleveland Museum of Art y de otras versiones conservadas en Viena, Bruselas y Lugano.
Así lo hizo ver Hernández Perera en fecha temprana, quien defendió una atribución conveniente al llamado Maestro del Hijo Pródigo. Esa denominación refiere a un pintor no identificado aún y activo en Amberes durante el segundo tercio del siglo XVI, cuyo estilo han caracterizado diversos investigadores para ponerlo en relación con el gusto a la italiana o romanismo latente. En este caso, la pintura hace gala del eclecticismo que singularizó a muchos obradores de los Países Bajos en aquel momento. La delicadeza de los rasgos fisonómicos de la Virgen y del Niño, su lenguaje gestual tan estudiado, el estilo del atuendo, los plegados que revelan diferencia entre sí y la vocación descriptiva del paisaje son rasgos a tener en cuenta para una correcta aprehensión estética.
La tabla tinerfeña coincide con la obra que perteneció al Cleveland Museum en el protagonismo que adquiere el bodegón con frutas y un ave del primer plano, tal vez con sentido eucarístico. El atractivo es mayor si atendemos a la esmerada factura de todo el conjunto y a la amabilidad que le procura un cromatismo uniforme bajo la perspectiva manierista, puesto que en la obra predominan rojos, rosas, salmones, verdes, amarillos y marrones que, en contraste con las carnaciones nacarinas de los protagonistas, remiten al modelado blando que Negrín Delgado asoció con el estilo previo de Jaen Gossaert (1478-1532).
La pintura fue recreada por un maestro local entre 1749 y 1756, ya que en esos momentos la cofradía de los Remedios radicada en la parroquia de san Juan Bautista compró tres cuadros para decorar el retablo que erigían a su titular en una capilla colateral de dicho templo. Entre ellos se encontraba una aceptable copia, que sigue presidiendo el conjunto lignario en lo alto y no ha recibido la atención debida hasta ahora.
Originalmente esta pintura recibió culto en la ermita de san Sebastián, erigida antes de 1524 en el llano o altozano de su nombre. Dicha construcción fue una de las pocas ermitas que quedaron emplazadas en las afueras de La Orotava y no modificó su configuración durante los siglos del Antiguo Régimen, aunque tuvo que reconstruirse varias veces. Allí capitalizó la atención del vecindario circundante y de los enfermos del inmediato hospital de la Santísima Trinidad, pero, a diferencia de lo que se ha manifestado en ocasiones, nunca presidió el oratorio de dicho centro asistencial. Hizo tándem devocional con la escultura de san Sebastián, obra a la que suponemos también origen flamenco y pudo importarse desde Malinas durante el primer tercio del siglo XVI (APB-TF-E-008). Desde entonces, la historia y el discurrir piadoso de ambas imágenes se confunde y no llegan a entenderse sin el vínculo que les otorgó la piedad popular, porque, como escribía el sacerdote paúl Modesto Churruca en 1924, “son una unidad que se remonta a los primeros años de la cristiandad en un pueblo culto y religioso como La Orotava”.
Junto a las esculturas de san Roque y san Sebastián, abogados divinos contra las pestes y epidemias, protagonizó muchas rogativas y procesiones públicas por las calles principales del pueblo. La época de mayor esplendor devocional coincide con las décadas centrales del siglo XVIII, cuando sus mayordomos le procuraron un adorno espléndido con coronas y otros añadidos de plata, varios angelitos turiferarios y, sobre todo, unas andas procesionales que acomodan el gusto rococó imperante. A pesar de las desavenencias posteriores que pasaron la pintura y su culto, ese ajuar no fue desbaratado ni vendido. Al contrario, de él se ocuparía un tiempo el orfebre y vecino del Llano Felipe de Acosta Bencomo (1818-1896), quien lo restauró y cuidó de la ya ruinosa ermita de san Sebastián varios años.
El derribo conjunto de las ermitas de san Roque y san Sebastián durante la década de 1860 marcó un punto de decadencia para las funciones que venía presidiendo junto a san Sebastián en torno a la fiesta del 20 de enero, por lo que, al no contar con templo, ambas efigies fueron trasladadas a la iglesia de san Agustín. Luego, la mediación de sus mayordomos posibilitó rescatarlas y preservarlas junto al patrimonio acumulado en domicilios particulares. La festividad de enero seguía celebrándose cada año en la cercana iglesia de Santo Domingo, donde las obras quedarían depositadas gracias a la acción diligente de los padres paúles, llegados a La Orotava en 1909.
Iglesia de Santo Domingo
Nave lateral. Capilla
Tomás Zerolo, nº29
La Orotava
38300 La Orotava
Tenerife
Plaza de la Real Sociedad Económica de Amigos
del País de Gran Canaria, 1
35001, Las Palmas de Gran Canaria
2022. Todos los derechos reservados