El diseño de candelieri de la bordura de esta serie, aun insistiendo en convencionalismos de la tapicería flamenca y francesa del momento, es idéntica a la de una serie antuerpiense de tema histórico con algún ejemplar conservado hasta hace años en colección privada del Reino Unido. Asimismo, algunas tintas acusan decoloraciones asociadas a determinados teñidos inestables de dicho centro productor de Brabante entrado el siglo XVII, especialmente acusado en los carmines (sombras de atuendos rojos en cuatro de las telas). Tampoco son “paños finos” como otros autores han defendido sino “entrefinos”, a tenor de la ausencia de hilos metálicos y la discreta participación de seda en el ligamento, pese a que su densidad media es de siete hilos por centímetro cuadrado. La ausencia de heráldica y anagramas relacionados con la identidad clientelar junto al contraste entre la calidad de motivos de cenefa y escenas interiores, así como la recurrencia de la misma bordura para otras series, sugieren que su primer comprador adquirió esta colección en las ferias de exposiciones donde los gremios exhiben productos para su venta generalista o para inducir encargos a partir de ellos. La desaparición de al menos un paño y la mutilación adaptativa para su acomodo en el presbiterio, entre otras razones, nos priva de la certeza de una serie sin marcas fabriles, pues pudo firmarse al orillo por el maestro o la compañía en cualquiera de las telas afectadas. De las conservadas, sus dimensiones originales presentaron ligeras variaciones tanto en ejemplares de formato horizontal como en las de tendencia vertical entre sí, resultando imposible determinar formato y tamaño solo para una de ellas. En todo caso ninguna de las supervivientes llegó a superar los 370 centímetros de altura.
Los pintores cartonistas diseñaban la escena central y la bordura, no faltando autores especializados en uno u otro cometido. A partir del cartón se obtenía una imagen especular en la trama, más definida cuanto mayor sea la densidad de la tela. Los asuntos más atendidos en el siglo XVII eran mitológicos, evangélicos e históricos, pero durante el último tercio de dicha centuria cobran pujanza las vistas de “galerías” y “verduras”, intercalando a menudo otros géneros que comportan figuraciones humanas minimizadas respecto al espacio. En nuestro caso, el concepto de jardín domina las composiciones basadas en pasajes de las Metamorfosis de Ovidio y otras fuentes mitológicas, enmarcadas en amenos jardines y pabellones de ideal arquitectura sin llegar a reducir la acción a simple anécdota.
Los ciclos de “Metamorfoseas” fueron populares en la tapicería antes de que las series narrativas declinaran frente a temas más frívolos bajo nuevos parámetros decorativos, ya a principios del Setecientos. Hasta el momento nadie había identificado las escenas concretas más allá de los comentarios de Pedro Tarquis, quien quiso ver en ellas las “Aventuras de Telémaco” de François Fénelon (1699). La catalogación actualizada de cada tapiz sirve ahora para dar cuenta de los asuntos mitológicos inéditos, procediendo como coartada para la sustitución nominativa de la serie y sus unidades.
Por su parte, las borduras repiten elementos recurrentes en la tapicería como jarrones y estípites abullonados, estriados y gallonados, sobre los que se tienden festones florales. Alternan con esfinges aladas y frontales, cariátides, veneras, cabujones, medallones con bustos de tipos humanos, delfines de cola entrelazada y papagayos de colorido plumaje en los vértices superiores.
El legado de los marqueses de Adeje a favor de la Iglesia tiene su mejor representación en donaciones y campañas renovadoras que la familia emprendió para la parroquia de santa Úrsula desde el siglo XVI. Dentro de esa dinámica de mecenazgo destaca la donación de un atípico conjunto de colgaduras historiadas que Magdalena Luisa de Llarena y Viña (1683-1770), madre de los dos últimos marqueses de Adeje y condes de la Gomera, hizo para revestir el presbiterio o capilla de la Encarnación en los términos exactos del documento de cesión firmado en 1745. Se trata de siete tapices profanos y cinco sargas con escenas bíblicas que “a su imitación se pintaron” poco antes. La tradición historiográfica ha mantenido durante décadas la filiación de las llamadas “telas de corte” con los talleres franceses de Gobelinos, pero estudios recientes aportan nuevas precisiones de catalogación y un análisis técnico, formal e iconográfico más exacto. Podría intuirse la participación censora de las autoridades diocesanas por la necesidad de añadir las sargas como capítulo cristiano, que “disculpara” e hiciera comprensible la inclusión de un ciclo mitológico en el espacio más notable de la iglesia parroquial.
En 1915 se abre un expediente de expropiación que, afortunadamente, no terminó de materializarse, corriendo el riesgo de ser transferida la colección, o parte de ella, a manos privadas en dos ocasiones. El conjunto de tapices y sargas fue descolgado de los muros del templo y almacenado en dependencias parroquiales desde la década de 1960. Décadas más tarde, por medio de un documento notarial firmado el 19 de junio de 1998, la diócesis de San Cristóbal de La Laguna depositaba con carácter permanente la serie licera en el salón y museo de arte sacro que tutela el ayuntamiento de Adeje.
En cuanto a la adquisición de esta serie de tapices, la única del Antiguo Régimen que ha sobrevivido en Canarias, últimas investigaciones la vinculan con Juan Bautista de Herrera y Ayala (1665-1718). Dicho marqués pudo hacerse con ella y con otra ya desaparecida de tema bélico en las almonedas madrileñas, cuando la moda de tapices historiados declinaba entre la nobleza hispánica frente a la modernización decorativa marcada por la corte borbónica de Felipe V. También se ha deducido la instalación de las telas mitológicas en dependencias domésticas de la Casa Fuerte antes de la donación de la marquesa viuda al templo parroquial, aunque no sin haber pasado por alguna de las residencias de los recién adquiridos señoríos castellanos. En ellas integrarían parte del aparato de opulencia consustancial a las aspiraciones de grandeza de España que el susodicho Juan Bautista y después su hijo Domingo (1714-1766) solicitaran a la corona sobre el condado de La Gomera.
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